¿Quién dijo que la oportunidad sólo pasa una vez? A cada paso que doy sus escabrosos escalones escalones del edificio de la vida, zigzagueando por sus escabrosos peldaños, presencio los efectos de metralla que causa el no haber cogido ese tren a tiempo. La oportunidad.
Los que no subieron al tren a tiempo dirían que no hay vuelta atrás. Se lamentarían viendo desaparecer su silueta eléctrica. Sin retorno. Sin retroceso.
–Una vez pasó.
-¿Una sola?
Pero qué ilusos, con lo fácil que hubiera sido saltar sin red, espetar en la cara al déspota de turno, decir te quiero a tiempo, irse de viaje con lo puesto, atravesar miles de kilómetros para conocer a alguien que nos embaucó sólo por coincidir en nuestra canción favorita. Tontos. Dejamos escapar esas ocasiones y preferimos aprisionarlas en la caja metálica del olvido, contemplándolas desde la atalaya del inmenso horizonte de la experiencia. Mirándolas, locas, disidentes, tabernarias. Observo y me doy cuenta que la oportunidad vuelve. Reaparecen desnudas envueltas en un bello desorden ante nosotros (el tiempo las forja a su manera de nuevo), retornan con una imparcialidad esperanzadora, regresan vestidas de forma diferente, viajeras, sabias, nos enseñan, detienen, despiertan y zarandean para decirnos al oído -vuelve a ser tú-.
Y ahora, después de ser nosotros mismos los dueños de nuestro equipaje y vivencias a cuestas, ahora, sí me enfrentaré al mundo, esté loco, triste, alegre, revuelto malvado, divertido, funesto, amable, sucio o gris, éste es el que tenemos, y es más fácil acariciarlo que burlarse de él, abrazarlo que ajarlo a tirones, besarlo que pisotearlo, amarlo que maltratarlo, recordarlo e incluso llorarlo, es más fácil repito, plantarle cara, vivir con su absurda rutina, que esperar a la que pintan calva. Es muy sencillo, si vuelve desde su silencio violeta no la perderé de vista, porque sabré que vendrá a mí como un boomerang aborigen. Quizás ahora entienda mejor el verbo ser, seguir siendo, mientras podamos ser, éramos o fuimos. Podremos leer tranquilos, luchar enfebrecidos, llorar a solas y por supuesto amar como nadie. Como diría Vázquez Montalbán – se vive sólo una vez, y hay que aprender a querer y a vivir-. Lo creo.